Empuñar estoicamente
los cordeles que sustentan esta charada que trata de evitar el temido desenlace
que la arrastre hacia la lejanía de su único sustento.
Y mientras, seguir
comiéndose a cachitos la vergüenza que ralla en el borde del estómago;
permitiendo que machaque todo rastro de identidad siempre y cuando no haga
ruido.
Siempre que las
detonaciones que abomban el pecho en este interminable holocausto no provoquen
un eco que permita adivinarlas, tapizadas por una estudiada sonrisa.
Siempre que el
intrincado juego pueda seguir soportando en estático esta insostenible escena a
pesar de saber que es ese mismo esfuerzo el que resquebraja sin remedio los
márgenes de su aliento avanzando hacia el día que lo colapse en un oscuro destello de rendición.