Y entonces, cuando
menos lo esperas, llega ese momento que tan obcecadamente has estando tratando
de evitar. El fatídico momento de decidir. De elegir el menor de dos males que
amenazan peligrosamente con acabar contigo. De intentar acertar a escoger una
improbable salvación que se esconde traicionera tras uno de los caminos. Y
esperar impotente a que la verdad que se asome
a través de la ruta tomada sea la que te permita seguir respirando.